jueves, 26 de marzo de 2009

arisca


Hay gente que tiene ciertas influencias en mí, que ni yo misma entiendo. Cuando esto me ha pasado el 98% de las ocasiones son hombres. No sé si se debe a que las cosas simples me bloquean, me aturden, me embrutecen. Si me pides el resultado de 8x7 inevitablemente en mi mente multiplico 7x7=49, entonces le sumo 7 y por fin llego al maldito 56 que nunca aparece como un reflejo en ningún lóbulo de mi cerebro. Sin embargo si me planteas uno de esos “ problem solvings” larguísimos donde te preguntan, si Jaime es mayor que Juan 4 años y Pedro el menor que Jaime 2 años, y Marcos es menor que Juan pero mayor que Pedro por año y medio y la suma de todas las edades es 78, cuántos años tiene Juan??? Por algún misterio homeopático puedo resolverlo.

Pero hay ciertos seres que inutilizan mi inteligencia. Antes pensaba que era mi corazón, mi sentimentalismo que tenía un poder limitante sobre mi raciocinio. Sin embargo hoy tengo la certeza de que mi debilidad está en la piel. No sólo porque mi piel no produce suficiente melanina y me salen paños cuando tomo Sol, lo cual es siempre porque: #1 me encanta broncearme y #2 porque tengo la caprichosa alergia al bloqueador solar que me imposibilita protegerme sin sentir que estoy siendo frita o torturada con aceite caliente.

Mi piel me debilita porque soy felina. Tengo la necesidad esa innata de los gatos de ser tocados. Me restrego contra la gente. Sin embargo me cohibo muchísimo de andar repartiendo mimos por el mundo. Es más por lo regular me pongo arisca. Cuando la gente me abraza no sé qué hacer, mi torpeza se ensalza y me salgo del intento de abrazo antes de tiempo, no sé moverme si tengo un brazo encima. Esto lo descubrí tarde, como casi todo en mi vida. Así que cuando quiero a la gente, la pellizco, los aprieto, les halo el pelo, les muerdo un hombro, les hago llaves de lucha libre. La ternura me cuesta. Entonces cuando pongo en práctica toda la terapia mental que me doy para rescatar la feminidad que debe estar sumergida bajo mi fuerza que a veces pienso que está hecha de testosterona y me lanzo a acariciar y no me responden; en vez de alejarme cabizbaja y con el rabo entre las patas, me desboco. Porque soy excesiva. Soy testaruda. Me creo invencible. Soy medio hombre y cuando me rechazan me creo que es una invitación. Cuando me ignoran lo tomo como un reto. Y apuesto a mí.

Y es que mi piel, como es mía, de tal palo tal astilla, siempre tiene hambre. Una tristeza profunda me cierra el estómago pero me abre la piel. Una amiga futura doctora me dijo, justo lo que necesitaba oir de la estudiante de medicina que nunca seré, el cuerpo es perfecto, la piel deja entrar y salir lo justo, lo necesario, lo que puede manejar. Mi piel padece de escasez. Mi piel es seca y si le pongo una cantidad mediana de una de esas cremas de olores imposibles, puedo ver cómo mi piel la devora, la desaparece, se la traga. Por eso no me duran los perfumes, ni los maquillajes, mi piel decide ser impermeable y a diferencia de las cremas a quienes mi piel se chupa, mi piel se vuelve resistente a los colores del maquillaje y al alcohol del perfume. Por eso si quiero que un perfume me dure, me tengo que comprar el dichoso kit de shower gel, body cream, splash y perfume, porque si no, el aroma sencillamente rebota. Y no huelo a nada.

Mi piel sufre de escasez; casi no tengo lunares, los puedo contar con los dedos de una mano, casi no tengo pelo, mi piel es desértica. Entonces de ahí debe venir esa tendencia a traicionarme. En que a mi piel al igual que yo le falta orgullo y le sobra apetito. Mi árbol favorito es el sauce llorón, y lo que me afecta de él, porque todo lo que nos gusta es porque nos afecta de algún modo, no es su aparente tristeza, ni su nombre profundamente melancólico, es esa sed perpetua que el pobre tiene. Por eso los sauces tienen que estar cerca de cuerpos de agua. Alguien me dijo una vez, (porque soñaba con tener algún día uno frente a la puerta de mi casa), que sus raíces destruyen las tuberías, si no tienen agua a su alcance, destruyen lo que está en medio para conseguirla.

Soy un signo de fuego, lo que podría explicar los designios erráticos de mi piel y comparto mi vida con un signo de tierra. Lo podemos ver de diferentes formas. Cuando hay fuertes incendios forestales los apagan con sacos de tierra. Pero por otro lado qué es un volcán sino un montón de tierra encubando otro montón de piedra derretida, caliente, fogosa. Un volcán con el que se puede vivir tranquilamente por años, cuidado si por décadas. Y el día menos pensado, sin ningún tipo de aviso metereológico explota y comparte su fuego con sus alrededores, se derrama, se libera. Le tengo terror a los volcanes. Será porque no los conozco o porque me parecen demasiado conocidos.

Hoy amanecí acuosa. Será porque es domingo y los detesto. Relaciono el agua con la tristeza. El aire con la libertad. El fuego con las pasiones. La tierra con la permanencia. Detesto el estado de reposo de los domingos. Lo infalible del lunes. El aire de despedida que tienen. La inercia esa que me corta la respiración. Por eso me gustan los jueves, su sabor a anticipación. El derecho que nos da a mí y a mi piel de sentir sed y complacernos. El aturdimiento con el que consigo ignorar las palizas emocionales, los ayunos de afecto y sólo recordar esa hambre mañanera que es lo que abre mis ojos en las mañanas. Hambre. Un hambre capaz de derrotar a la poca lógica que he podido ir reuniendo. Y es por eso que a través de mi vida, en diferentes temporadas alguien ha tenido el poder sobre mí, de imposibilitarme el detenerme, el parar, el analizar. Y de pronto no importan las justificaciones, de pronto no importa si ya no me parezco a lo que quería ser, no importa si a cualquier amiga la reprendería por mi comportamiento, no importa. Porque es como el chocolate. No puedo decirle que no. Nunca parece ser suficiente. Nunca me empalago. Nunca me canso, nunca me hastío y lo peor y mejor de todo es que nunca me satisfago. No es casualidad que el verbo satisfacer sea de los peores para conjugar. El lenguaje, al menos el nuestro no es arbitrario, está lleno de causalidades y conexiones maravillosas. Satisfice, satisfago, satisfaré. Parece una burla. Y tan imposible es de conjugar como de realizar. Y mi piel por extensión no se satisface. Como cualquier compulsivo, como cualquier adicto, como cualquier dependiente de cualquier cosa, se le escapa el control. Y por eso mi piel es maquiavélica dentro de su condición. Predice, calcula, se autosuministra las dosis necesarias para engañar el metabolismo, se prepara para invernar, porque a eso hemos llegado. Y cuando mi piel no consigue lo que quiere, porque después de todo tengo buenos genes en cuanto a juventud y mi piel es una niña engreida, que pataletea y se deprime cuando no le dan lo que busca… y cuando mi piel se deprime nada más funciona. El resto de mis órganos van cayendo por efecto dominó, ni las clásicas causas hormonales son tan dañinas, y cuando yo me equivoco, o me excedo y termina mi piel sufriendo las consecuencias, porque la gente cuando te conoce sabe exactamente dónde dolerte. Y durante mi vida siempre me han disciplinado en esos términos, (estos seres extraños que me idiotizan) me castigan sin tocarme. No me afectan los gritos, ni las malas palabras, no me asustan las amenazas, ni los objetos voladores, no me conmueven las escenas. Pero esa tortura china del silencio, del silencio que se mete por mis oidos y entre mis piernas, me destroza los nervios.

Cuando viví en España en un momento dado estuve casi tres meses sin que me tocaran. Me fui a un salón de belleza con la excusa de ponerme regia para regresar. Una de esas estupideces colectivas de tener la obligación de llegar mejor de lo que uno se fue, al menos por fuera. Y la chica con el pelo de mil colores, con un recorte sólo comprensible en ese continente me llamó diciendo mi nombre de una forma en la que no le reconocí ni una sílaba y me sentó a lavarme el pelo. Hasta eso hacen diferente allá. No me buscó conversación. No me dio ninguna instrucción ni le preocupó que se me mojara la blusa. Me masajeó el cráneo sin exagerar por unos 15-20 minutos. Despacio, rápido, delicadamente, bruscamente, casi rascándome, casi acariciándome, a veces me hincaba, a veces me producía escalofríos, en momentos me sentía sumamente incómoda, en momentos me sentía sumamente feliz, alguien me tocaba y las lágrimas no dejaban de bajarme hasta el cuello. Algo bueno tenía que ella no se hubiese preocupado por no mojarme con la regadera.

En mi cerebro nunca hay silencio, ni siquiera cuando me esfuerzo. El silencio me parece un arma blanca, un bisturí quirúrgico. Cuando mi piel parlanchina no puede ser solidaria con ese gallinero que está 24/7 dentro de mi cráneo mi sistema se desequilibra. Y empiezan a haber escapes de información y de cordura en todas las direcciones. Dicen que la gente que se corta las venas lo hace para llamar la atención porque de hacerlo correctamente sería una muerte terriblemente lenta y dolorosa. Sin embargo aseguran que si uno se corta la vena carótida, tiene una muerte prácticamente instantánea sin mencionar que infalible. Creo que tengo venas carótidas ramificándose como las raíces de los sauces llorones, cuasi infinitas, despiadas, desesperadas y sedientas, buscando y multiplicándose exponencialmente por toda mi piel.

jueves, 12 de marzo de 2009

fóbica


Me intrigan las fobias. Tengo curiosidad por los miedos. No sé si tenga que ver con que siempre he tenido la teoría de que lo último que se pierde es el miedo. Por debajo de la esperanza, cuando se agota la fe, he tenido la cuasi certeza de que debe haber un profundo terror. Cabe la posibilidad de que como me atraen los opuestos y como tengo inclinaciones obsesivas, presiento que la obsesión debe ser prima hermana de la fobia, o mejor aún probablemente sean amantes. Después de todo, ambas son perturbaciones, sensaciones que te trastornan y por lo regular aquello que te trastoca tiene un efecto o terrible o riquísimo.
Hace ya dos noviembres que me leyeron mi carta astral. Tenía una corazonada, pero mis dones no están ni entrenados ni codificados y nunca estoy segura si es un buen o un mal presentimiento. Era un 15 de noviembre, 2007 para ser exactos y sentía que todo me estaba saliendo mal. Antes de buscar un santero que me hiciera un despojo, y me dijera que necesitaba un rodao’ de cabeza, y dos gallinas, porque de seguro tenía un trabajo, preferí consultarle a los astros.
Los astros me intimidan menos. Me dijeron muchas cosas, como suele pasar, mucho más de lo que necesitaba escuchar. Entre las más impactantes, que siento que nadie me ama como me merezco y todo parte de la premisa de que no sé amar. Que me he repetido tantas veces que no quiero ser madre, que no quiero ser madre, que no quiero ser madre, que ya logré convencer a mi cuerpo y mi cuerpo no se ha preparado para eso, por lo que muy previsiblemente sin ayuda no podré reproducirme. Según ella nada que no se pueda sanar con terapias de respiración. Que mi ascendente es en cáncer, lo que explica mis continuos roces y tempestades con la gente de ese signo. Que tendría una crisis matrimonial grande en marzo del 2008 y en noviembre del 2008, la más grande de todas, y que de ahí se decidiría definitivamente si la cosa proseguía o no. Que estaba atravesando un tránsito en Plutón que me duraría ya no recuerdo ni cuánto, sólo sé que ya tenía a Plutón enganchado cuando llegué a su oficina y estoy segurísima de que lo tengo encaramado en la espalda y adherido a mi columna vertebral todavía. También me dijo que este febrero que pasó, era un buen momento para ya haber sanado y concebir.
Lo más interesante y lo que no entendí (aunque creí que sí en el momento) era la explicación de lo significaría en mi vida un tránsito en Plutón. Hoy todo está claro. Para aquellos escépticos sólo les sugeriré que lo vean como poesía, porque así yo lo vi hasta que lo entendí. Casi todo lo que no entiendo o aquello que me produce una sensación incómoda y rica a la vez de curiosidad y confusión lo miro como poesía: la geometría, la física, la filosofía y algunos de los seres que me he atrevido a amar.
Yo también me pregunté que rayos podía significar un tránsito en Plutón fuera de lo obvio: que me esperaba una suerte del carajo en lo que terminaba de pasar el planeta enano con sus tres lunas. Lo mágico de Plutón es que te pasea por tus miedos. Léanse el mito de Perséfone. Así me lo explicaron: resumen masticado y digerido; era un doncella que el dios de los muertos Plutón raptó y llevó con él a vivir al infierno. Después de ahí pasa unas temporadas con él, la deja irse pero siempre tiene que regresar al inframundo. Algunas versiones del mito dicen que las entradas y salidas de Perséfone marcan las estaciones. Yo soy Perséfone, hasta cierta fecha que estoy intentando encontrar en las anotaciones que hice de esa cita. Lo importante es que Plutón te enfrenta a tus propios miedos. Las cosas a las que más le temas en la vida te las pondrá de frente e inevitablemente saldrás o destruido o invencible. Ella me dijo que son proyecciones, que lo que viera terrible en otras personas, especialmente mujeres serían reflejos de cosas feas que tengo dentro de mí (que aparentemente son muchas más de las que había contabilizado).
Honestamente no me asustaron las profecías porque a mi entender yo casi no sentía miedo. Ella me mencionó algunos miedos y algunas formas en que se podría manifestar, tengo miedo a la escasez (quién no) así que me pasaría al borde siempre de no tener nada, tengo miedo de no tener el control, así que tendría muchos quebrantos de salud en su mayoría por razones emocionales. Hoy día a 16 no tan felices meses viviendo con Plutón como un radar detrás de mí tengo mis miedos bien claritos: miedo a la vejez, miedo a la culpa, miedo al arrepentimiento, miedo a la pobreza, miedo a la pérdida, miedo a no tener quién me cuide, miedo a la desolación, miedo al desamparo, miedo a la exclusividad, miedo a la mediocridad, miedo a la decepción, fobia a decepcionar, fobia a la locura, fobia a la infidelidad, fobia a desconocerme, fobia a que me cambien, fobia a no poder reconocerme, fobia a la imposibilidad, fobia a la permanencia, fobia al compromiso, fobia al perdón, a la entrega, a mi incapacidad de amar y a su recíproco.
Hay ciertas fobias que no son mentales. Sencillamente el cuerpo rechaza cierta cosa, por ejemplo la hidrofobia y la fotofobia. Pueden ser aversiones mentales, simples temores, pero también puede ser la incapacidad del cuerpo de manejar el agua o la luz. Parecería mentira a las cosas a las cuales la gente le tiene fobia. No los terrores comunes: cucarachas, alturas, tiburones, sitios cerrados. Hay fobias hermosas (ahí voy yo con la poesía) y otras detestables (en mi humilde y fuerte opinión: inventadas) que han sido utilizadas para justificar cosas atroces. Fobia a los pelos, a los gérmenes, a las mujeres hermosas, a los homosexuales, fobias fálicas, fobias raciales, a los teléfonos, a los duendes, a los franceses, a los niños, a los viernes 13, a la gente calva y al papel. Miedo a ruborizarse, a los cirujanos, a los alfileres, a la desnudez, a las decisiones, a los puentes.
No puedo dejar de preguntarme qué le haría Plutón a estas personas.
Sólo les puedo decir, que Plutón es súper creativo. Y los dejo con la prueba más reciente. Llevo dos días peleando. Discutiendo sin tregua con la persona que amo, casi no lo veo últimamente y aún así lo logro. Ese ser humano que me obsesiona y me aterra (en sus dos concepciones), anda por el mundo en un vehículo de dos ruedas. Anda expuesto a cualquier cosa, vulnerable a los conductores ebrios, a las carreteras llenas de cráteres, a los aguaceros dispersos, a la poca iluminación de la zona rural donde vivo (entiéndase dos carriles que no hacen uno sin líneas que los dividan y sin ningún espacio para esquivar a nada ni a nadie). Anda protegido por un rosario que él mismo no entiende, por un triste reflector que le cruza el pecho cual reina de belleza, protegido con una camiseta con una calavera y un casco con dientes. Ese hombre que reúne tres cuartas partes de mis fobias y que ha sido cómplice de Plutón me tiene con el terror de que mi mala suerte sea contagiosa al borde de un quebrantamiento nervioso por culpa de una dichosa motora.
Hoy venía camino a mi casa, rumiando las palabras que escribiría hoy. La diatriba que le dirigiría como continuación de lo que nunca termino de decir cuando estoy rabiosa. Escribir es seducir dice mi maestra, y yo disfruto del “foreplay” (disculpando el espanglish porque preliminares no lo ilustra bien) de escribir en mi cabeza, voy dándole forma, amasándolo sin escribir una palabra. Y mientras refunfuño en mi cabeza por el día que he tenido y mientras peleo con el ausente por el coraje de ayer y los pasados, me fijo en el tapón absurdo de las casi once de la noche. Y de pronto me llega la imagen de la ambulancia que me pasó hace minutos por el lado y el tráfico está detenido, y una guagua me pasa por el lado en contra del tránsito y se estaciona en el mismo medio del carril contrario, la dejan con las luces intermitentes y tres muchachos corren como locos. Los curiosos se agolpan, para variar eficazmente y con prisa, lo menos característico de nuestro pueblo en cualquier caso menos en el de averiguar. Y veo una motora destrozada en el piso. No hay nadie llorando, no hay histerias colectivas. Y el miedo ahí soplándome la nuca de nuevo. Y le doy unas gracias cortas y culpables a Dios porque la motora no es una Harley. Probablemente alguna otra mujer rezaba porque lo fuera. Y marco los diez números porque del susto se me olvida que si presiono el dos lo llamo. Y no contesta. Y sale la dichosa grabadora que me tortura, dicho sea de paso me aterra la espera. Y lloro. Lloro todo el camino hasta mi casa, le mando un mensaje de texto lleno de un amor que no pude encontrar al medio día cuando rabiaba. Y Plutón me pone la imagen de ese cuerpo que amo en el suelo. Y no le agradezco la enseñanza. Porque estoy harta de sus formas. De sus talleres de alto impacto. Que suerte tienen aquellos que le temen a los alfileres y a los gatos.