jueves, 28 de agosto de 2008

M U T I S




Tu cuerpo está callado
y yo odio el silencio
como todos los curiosos
odian las ciudades vacías
tan llenas de gritos
tan faltas de certezas

mi piel se contagia
y se muere de mutis
se muda sin reemplazo
piel de reptil
que mama y muerde

me obligo a aprenderte
ese nuevo tú sin audio
a memorizarte de nuevo
a amar tu película muda
mientras me invento los diálogos

me callo por no mentirte
y la vida me castiga
siempre a fuerza de silencios
patito feo se enamora de un cisne
los cisnes sólo gritan cuando están por morirse

me hundo en la cama
que casi casi me abraza
tu cuerpo dolido no me alimenta
mi cuerpo vacío se llena de rabia
ni el agua se apiada de mi hambre

tal vez en mi vientre otoña
y mi ombligo se viste de adviento
tu cuerpo invierno en verano
tu cuerpo isla que no florece

quiza no siempre es tiempo de devoraciones
felina al fin amo las jirafas
inmensamente hermosas
infinitamente mudas

el silencio sufre de morbo
el morbo goza del silencio
tu cuerpo callado me invita
el mío no entiende y grita

intento aliarme con la distancia
y mi caribe triste se espanta
no sabe hablar sin las manos
no sabe amar en silencio
no sabe de fiestas sin música
no sabe esperar este cuerpo

jueves, 14 de agosto de 2008

R e n u n c i o





Mañana es mi último día de trabajo. Después de casi siete años de seudo vida laboral comienzo oficialmente el desempleo el lunes. Me siento como probablemente se siente una mujer divorciada después de siete años de matrimonio, aterrada y llena de paz: pacíficamente paralizada. Después del 31 de agosto no tendré plan médico, y el hecho de que siquiera considere esto como una complicación es una confirmación desgarradora de mi innegable adultez/vejez. Porque he ido descubriendo que mientras más preocupaciones uno tiene, mayor se siente por dentro. Crecer implica coleccionar un montón de miedos nuevos y reírse de unos pocos miedos viejos que ya no parecen tener sentido. Cuando tu vida la determinan las quincenas y no los fines de semana tu mayoría de edad empieza a sentirse como el barrunto, un dolor en las coyunturas cuando se acerca la lluvia.
Llevo dos años sin irme de vacaciones, y como el año pasado las liquidé para pagar parte del pronto de la casa, esto significa que el cheque de liquidación me mantendrá sobreviviendo hasta medidos de septiembre. Sin embargo esa porción de juventud que se niega a adquirir seguros de vida (porque le creo a un profesor que tuve que decía que los seguros de todo tipo son simplemente formas de hacerles pagar a los clientes cuotas mensuales por sus miedos), esa Edmaris de pelo enredado, con la nariz perforada, que es incapaz de pintarse las uñas o la boca de rojo, quiere agarrar ese cheque, meterlo en la cuenta, abrazarse por unas cuantas horas a la computadora, sumar y restar, restar y restar, y comprar pasajes. Porque no puedo dejar de verme con pantallas artesanales olvidando por un momento que pago hipoteca. Porque esta que está dentro de mí; hierba mala que no muere, tiene un compromiso consigo de salir de aquí al menos una vez al año y estoy delinquiendo en la deuda. Le temo demasiado a la locura y la fórmula perfecta para enloquecerme tiene mi mismo código postal. Estoy segura que el código de área asociado a la demencia es el 787 y esa necesidad de salir me tiene los tobillos porosos.
Regresé de Salamanca hace tres años y alguien me aseguró que el malestar se me iba a ir, que cuando se regresa al país de uno, es normal una gastritis emocional por varios meses. No me parece que mi cuerpo vaya a digerirlo, se niega, porque mi cuerpo es terco y a veces le molesta quedarse en el mismo nivel del mar todo el tiempo. Porque mi cuerpo tiene un relojito, un relojito que suena más duro que el biológico, un relojito suizo hecho en China que me cronometra el tiempo que estoy perdiendo mientras me pierdo el mundo sin salir de aquí. Hay gente que es incapaz de ser fiel, que alegan que la monogamia es antinatural. A mí me parece que a la fidelidad hay que verla no como una dieta, sino como un estilo de vida donde se come más saludablemente, y seamos honestos, en este mundo es bastante más higiénico (claro dependiendo con quién uno se monogamie). En cambio yo tengo un serio problema con la permanencia geográfica, yo me auto diagnostico claustrofóbica insular. Puedo estar en un ascensor, en un submarino, en un carro pequeño, pero no puedo vivir en una isla por más de doce meses corridos, al menos no en la misma. Paso por el lado de las agencias de viaje y literalmente salivo. Veo reportajes de viajes en televisión y suspiro tan fuerte que se me olvida respirar. Escucho a otras personas hablar de sus viajes a sitios que aún no he ido y siento envidia, de la mala, no admiración con tanta intensidad que raya en lo rabioso, sino envidia de la verde, prima hermana del odio. Si fuera necesario o si por mi fuera, lo empeñaría todo, agarraría una mochila y me iría, sin tan siquiera una cámara, pero con dos pares de espejuelos y una libreta plegadiza.
Siempre digo que si me pego en la lotería correría a un aeropuerto al mostrador de cualquier línea aérea y le diría a la dependienta dame un boleto a cualquier lugar que salga en los próximos 45 minutos. No me importa a donde, si son las y 13, pues entonces que salga a las y 58. Ya habría llamado a mi compañero a decirle tienes media hora para llegar al aeropuerto con pasaporte en mano. No quiero más nada, no necesito un convertible, no me compro una mansión, no le arreglaría la vida a nadie, al menos no desde aquí, tengo que salir para pensar. Primero tendría que jugar lotería y no perder el boleto y verificar los números ganadores y tengo mucha dificultad en completar todos esos pasos por alguna extraña razón, tal vez mi predeterminación a la pobreza. Dicen que el que viaja solo viaja más ligero, yo ni una ni la otra.
Empiezo a buscar días libres, porque no quiero faltar a la universidad y decido las elecciones. Porque en esta extraña sucursal caribeña del sinsentido las elecciones son el 4 y por eso no se estudia ni el 3 ni el 4 ni el 5. Miro el calendario lo analizo con pasión, y tengo trece días, me voy el Día de Brujas y regreso el doce, no estudio los viernes y el 11 es el día del veterano, estoy de suerte me digo victoriosa. No sé para donde voy, tampoco tengo el dinero, no sé dónde me voy a quedar y mi codeudor hipotecario morirá de un infarto fulminante cuando se lo insinúe. Pero han sido los quince minutos más felices del mes. Suena el celular y son mis amigos de la Compañía del teléfono, que me lo van a cortar. Decido que tengo que irme a algún lugar que no llegue la señal telefónica de todas maneras. Todavía tengo que redactar una última acta, mejor dicho debo. Tengo que leer veintidós casos para la semana que viene. Cuando salga mañana voy al colmado a comprar leche, harina, huevos, pasta de guayaba, pistachos, y piñas, el lunes comienzo a vender bizcochos, con algo tengo que pagar la casa.

jueves, 7 de agosto de 2008

MACACOA



Hay gente que le llama una mala racha. Otros dicen que es la caída de la macacoa. He escuchado que son vacas flacas, que son siete y después se supone que vengan las gordas. Mi abuela decía que Dios prueba a sus favoritos. Mi astróloga dice que es un tránsito en Plutón. Ziggy dice que hay 6.684 billones de personas en el mundo y ¿todavía esperas que este sea tu día? Mi tía siempre me ha dicho que seis meses antes de tu cumpleaños todo te sale mal. Llevo una semana, un mes, un año, un par de años con el presentimiento de que en algún lugar alguien tiene una muñequita vudú con los labios bien grandes y el cuerpecito alfilereteado. Ayer me diagnosticaron foliculitis granulosa, nada que logré perforarme la nariz casi una década después de quererlo hacer y mi piel decidió que va a expulsar ese cuerpo extraño encapsulándolo, para luego eliminarlo. Como haría cualquier sagitariano que se respete así mismo, le dije a mi nueva dermatóloga que no me la voy a quitar, que la pantalla se queda, y que mi piel se vaya haciendo a la idea porque aquí mando yo, aunque ella sea el órgano más grande de mi cuerpo. Le enseñé las manchas blancas de mis brazos, ella dice que es una alergia, otros dicen paño, otros hongo, una dermatóloga me dijo que andara las 24 horas del día con bloqueador puesto en todas las áreas expuestas, otros deficiencia de pigmento, mi pediatra decía que era que mi fábrica de hombrecitos que producen el color de la piel, tiene escasez de empleados y cuando tomo sol, como les falta personal no les da tiempo de darle al cuerpo entero la sustancia que necesita para broncearse y como todo buen médico me recomendó asolearme con Coca Cola, que en algún momento mi cuerpo solito lo solucionaría. Así que en ese entonces me trepaba al techo, en bikini, encaramándome por las paredes de la marquesina y asoleándome con un padrino colorao’ y de fondo el sonido de bocinazos de la avenida. Años más tarde mi oftalmólogo me dijo que tenía principios de cataratas, que no podía tomar Sol, nunca más y que debía andar con gafas hasta que no viera con ellas puestas. Como odiaba las gafas dije que no me pondría ninguna, y mi padre al rescate (como siempre) me dijo que escogiera las que quisiera y yo quinceañera maquiavélica escogí unas de seiscientos dólares que me constaba mi papá no podía pagar. Mi papá las compró, me duraron menos de un mes, se “perdieron” en un salón de belleza, donde a los varios meses se llevaron a una empleada arrestada porque le robaba a la dueña. Se me olvidó mencionar el ínfimo detalle de que soy alérgica al bloqueador solar, un día cualquiera me puse bloqueador y cuando pasó un tiempito, niña al fin corriendo alrededor de la piscina, sudando en bañador, me empezó a arder la cara, un ardor que me quemaba como si me estuviesen friendo el rostro. Al sol de hoy, valga la redundancia, no puedo ponerle bloqueador a nadie, no puedo tocar a nadie que lo tenga puesto, no puedo tener esos arrebatos lujuriosos que la gente disfruta tanto en las playas a menos que mi pareja no tenga problemas con agarrar una insolación. Una vez en una tienda por departamentos una dependienta insistió en ponerme un humectante fabuloso porque tengo el cutis seco, al contacto instantáneamente empezó el ardor, le pregunté si tenía bloqueador el humectante y ella se llenó la boca de orgullo y me soltó un SPF 50! Magistral, soy alérgica le digo y ella me dice imposible, yo le dije que estábamos de acuerdo en eso. Y seguí mis compras con la dermis a fuego vivo. Soy una persona completamente saludable salvo esas pequeñas deficiencias/disfunciones corporales y mi carencia absoluta de sentido de dirección, tengo un cuadro médico lo que se dice envidiable. Sólo soy alérgica al bloqueador solar y a las hormigas, es cierto que por cada ser humano hay un millón de hormigas, pero no es nada tan terrible como una alergia al consumo de algo. Nunca me había puesto a pensar que la gente alérgica a la comida no puede besar a sus amantes cuando el otro se ha metido a la boca el objeto de su aversión.
Así que con eso en mente y pensando en mi tía que sus huesos no aguantan el frío y su piel no aguanta el calor, no estoy tan mal.
Una vez tuve un día terrible, lo que se dice terrible cuando uno es adolescente, una prueba sorpresa, un examen dificilísimo, pelearse con una amiga, caerse en el comedor escolar con la bandeja llena, entonces a la hora de salida me senté encima de un conglomerado de hormigas, demás está decir que se me pusieron las piernas como jamones y me reí, porque sentí el alivio de que nada podía salir peor. Miré al cielo y dije: ¿qué más? y llovió, cayó un aguacero monumental. Desde entonces siempre le digo a la gente, No Lo Retes!, no cuestiones la creatividad de Dios, porque créeme que siempre se puede poner peor.
Una vez tuve un amigo bastante suicida que se pasaba diciendo que nosotros éramos el entretenimiento de Dios, que cuando se aburría movía las piecesitas a ver qué pasaba. Que sólo un ser bastante perverso podía hacer que dos objetos tan disímiles como lo son el hombre y la mujer estuvieran destinados a vivir juntos y hacer que la preservación de la especie dependiera de ese factor fortuito tan accidentado desde el principio. Intento restarle el crédito recordando que un amanecer me llamó a pedirme que le deletreara bien mi nombre, que se lo iba a tatuar y ya habían escrito el EDMAR- y necesitaba saber si la i que le seguía era griega o latina.
Hace unos días después de decidir que terminantemente dejaría pasar mi aceptación a la escuela de derecho por la fatalidad de no conseguir un trabajo con un horario lo que se dice “normal” 8 a 5, que me pagara al menos lo mismo que gano ahora, que hasta ahora nunca consideré cuantioso. Llevo desde marzo en esas y realmente mis municiones de fe ya no me rendían mucho más. Mi carro decidió no prender hace tres días, la batería murió, un punto del motor suelto y un chorro de terminología más que significa: eres mujer no sabes de mecánica y tengo que encontrarle algo al carro que no esté en garantía porque esto está duro pa’toel mundo. Ayudo a adiestrar a la que será mi jefa, me ha pasado tres veces en la vida, llevo 6 años siendo demasiado joven para mandar y suficientemente joven para entrenar. Como llevo la ley de Murphy encriptada en mis genes al llegar a mi casa encontré una hoja informándome el aumento de la tarifa de mantenimiento junto a un sobre de la universidad con el horario de clases y la factura a pagarse. Suspiré hondo y me abracé a mi perra, por aquello de no arruinarle el momento más feliz de su día que es cuando me ve. Me dispuse a cocinar, honestamente porque no quedaba ni una onza de alcohol en la casa. Sartén prendido, aceite reverberante, panapén cortado con dificultad, todo dispuesto, y él llega y me abrazo a él y lo escucho por dentro y su adentro me dice que todo va a estar bien y su adentro absorbe mi miedo y su adentro posterga el suyo. Él llega a la cocina y alaba los olores y hace alarde de su hambre y abre el grifo y no pasa nada, ni una gota de esas terrosas. Me pregunta si hace tiempo que se fue el agua. Ni idea. Suspiré de nuevo porque algo recuerdo del yoga, que nada afecte mi centro. No importa, ya volverá el agua, probablemente antes de caer la noche. Y sigo mi empresa y le narro mis pequeñas tragedias del día y el pone cara de qué pena chica. Y digo que tengo mala suerte, y el dice que no. Y justo ahí se va la luz.